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El blog del Nómada

Huída con la música

Huída con la música Apagó la radio del coche girando el regulador del volumen tan bruscamente que el sonido que produjo le indicó que tendría que comprarse otra. Dio un portazo con idéntica violencia y se dirigió al portal de su casa. Abrió la puerta, y esta vez la cerró con suavidad para no llamar la atención de sus padres desparramados en el sofá con los ojos fijos en el televisor. Asomó la cabeza al salón y contestó a la distante pregunta de “Qué tal lo has pasado” con un “Muy bien” lleno de énfasis vacío. Se encerró en su habitación, puso una canción y dio rienda suelta a sus sentimientos reprimidos durante toda la semana pasada: lloró.

Daba gracias cada fin de semana a poder liberar su corazón oprimido durante todos los días anteriores, aunque fuera en su habitación a solas con su alma, su ordenador y su música...su querida música. Vertía toda su rabia, desesperanza y tristeza al exterior y confluían en el cauce de las letras de las canciones. Generalmente eran melodías melancólicas, con letras tan desgarradoras como lo que él sentía, y eso le ayudaba a liberarse de su carga.

Cada fin de semana en su habitación se producía esta pequeña deflagración sentimental, tras la cual salía del cuarto y se iba a cenar con sus padres. Sin embargo resultó que durante una determinada semana, a sus habituales encontronazos sentimentales se sumaron otros más sutiles pero que se aferraron con fuertes garras lacerantes muy dentro de él, cual parásito. Al llegar el domingo por la tarde a casa, estaba tan destrozado que ni siquiera tuvo el impulso automático de avisar a sus padres de su llegada aunque estos le oyeron entrar. Se encerró directamente en su cuarto, se tumbó en su cama y puso un disco. Hoy iba a escuchar a Beth Gibbons. Cerró los ojos y dejó que la voz de la cantante penetrase en él para llevarse los cúmulos que nublaban su interior...

Tras gritar varias veces que la cena estaba lista, su madre se dirigió a su habitación para avisarle, pensando que tendría los cascos puestos y que no le oía. Al entrar en el cuarto, vio a su hijo tendido en cama con los ojos cerrados pero sin los auriculares en los oídos. Se acercó a él a zarandearlo para que se despertara, pero al rozarlo con los dedos observó horrorizada cómo su hijo se desmenuzaba en un fino polvo, y cómo la ropa que llevaba le acompañaba en ese colapso. Y es que su madre no había visto a su hijo dormir, sino la envoltura que ella y su marido veían cada día y que disimulaba sorprendentemente bien su tormenta interior...Una tormenta que había sido arrastrada por la música, y con ella la vida a la que estaba tan aferrada.

Se recomienda la lectura de este texto con música. Por ejemplo, la versión de Billy Bragg de A New England

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